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Bioseguridad porcina 360°: de las barreras visibles a los reservorios ocultos – Parte II

Escrito por: David García Páez - Especialista en Bioseguridad Aplicada en OneSilex

Tras revisar en la primera parte los fundamentos de la bioseguridad porcina, desde las barreras visibles y estructurales hasta la organización del manejo diario, nos adentramos ahora en una dimensión más silenciosa pero igualmente decisiva: los reservorios ocultos.

En esta segunda parte analizaremos cómo líneas de pienso, tuberías, silos, rincones húmedos y plagas pueden convertirse en aliados invisibles de bacterias, virus y hongos, y qué estrategias permiten neutralizarlos para blindar verdaderamente la granja.

LA BIOSEGURIDAD OCULTA: LA TRASTIENDA DEL PROBLEMA

Más allá de los protocolos generales de bioseguridad y las barreras visibles, el verdadero éxito de la bioseguridad reside en la atención al detalle y en la capacidad de identificar y neutralizar los “puntos ciegos” o puntos críticos.

Existen zonas que, por ser de difícil acceso para el personal, para y por la limpieza y/o la desinfección, se convierten en reservorios ideales para patógenos, perpetuándose a corto, medio y largo plazo en ciclos de reinfección, mermando la productividad de forma silenciosa y continuada.

Veamos algunos ejemplos prácticos:

 

 

LÍNEAS DE ALIMENTACIÓN: LA AUTOPISTA DE SALMONELLA SPP.

El pienso viaja veloz por las líneas de alimentación, pero deja detritus, migajas, polvo graso que, junto a la humedad, ya sea, de la explotación o bien tras una limpieza a fondo con la penetración de esta en el interior de las líneas, se vuelve un cemento orgánico, una costra adherida a las paredes internas de las líneas.

Allí se acantonan y proliferan patógenos como Salmonella spp., Clostridium spp., así como hongos productores de micotoxinas.

Estos microorganismos y sus toxinas son luego arrastrados por el pienso fresco, colonizando tolvas y, finalmente, el intestino de los animales, generando un ciclo de reinfección constante y recidivante.

¿Qué consecuencias tiene esto?

Las implicaciones son graves, entre ellas:

Consumo irregular de pienso debido a la alteración de su palatabilidad y calidad nutricional.

Diarreas y blandeos persistentes que afectan el crecimiento y la uniformidad de los lotes.

Problemas sanitarios crónicos derivados de la exposición continua a micotoxinas, que merman la ganancia diaria de peso y la eficiencia alimenticia.

BUENAS PRÁCTICAS

La limpieza de las líneas de alimentación debe ser una prioridad, no un “ya veremos si hay problemas…”.

SILOS: TORRES CON SECRETOS

Por dentro, el silo es un mundo aparte, una torre con secretos que a menudo guardan problemas.

Piensen en esas madrugadas frías, cuando la condensación se adhiere a las paredes internas, creando apelmazamientos en la boca del cono y, lo que es peor, fermentaciones silenciosas de pienso que nadie ve.

Estos apelmazamientos y la humedad son el caldo de cultivo ideal para levaduras, mohos y bacterias, que no solo degradan la calidad nutricional del pienso, sino que también producen micotoxinas.

¿Qué consecuencias tiene esto?

La contaminación del pienso nuevo es inevitable, lo que lleva a una reducción de su calidad y palatabilidad. Esto se traduce en:

Una menor ingesta por parte de los animales.

Bloqueos en el flujo de alimento hacia los sinfines.

La formación de toxinas que aumentan el recuento de hígados decomisados en matadero y afectan la salud general de la piara.

BUENAS PRÁCTICAS

LÍNEAS DE AGUA: UN RÍO CUBIERTO POR BIOFILM

El agua es el alimento, nutriente, complemento más importante y, a menudo, más olvidado en las explotaciones porcinas.

El biofilm, una comunidad de microorganismos (bacterias, algas, hongos) adherida a las superficies internas de las tuberías, es un problema altamente persistente y muy astuto.

Crea una película mucosa que protege a patógenos como E. coli, Salmonella spp. o Mycoplasma, y lo que es aún más preocupante, puede inactivar o reducir la eficacia de medicamentos, ya sean antibióticos, sales, ácidos orgánicos o vacunas, administrados a través del agua de bebida, haciendo que los tratamientos sean ineficaces y en muchos casos inútiles.

¡El lechón supuestamente recibe la medicación, pero es el biofilm el que se la queda!

¿Qué consecuencias tiene esto?

La presencia de biofilm se traduce en una fuente constante de reinfección para los animales, fracaso de tratamientos orales que no alcanzan la dosis mínima eficaz y rehidrataciones fallidas, especialmente críticas en lechones jóvenes o estresados.

El biofilm puede causar obstrucciones en los chupetes y las líneas, tanto en las aéreas como en las verticales, reduciendo el acceso al agua y afectando el rendimiento productivo.

BUENAS PRÁCTICAS

FOSAS DE PURINES: EL DRAGÓN BAJO EL SUELO

Aunque estén bajo las instalaciones, las fosas de purines son una fuente masiva de amoníaco y aerosoles cargados de patógenos.

Bajo el slat, la mezcla de estiércol y orina genera amoníaco y calor que, unido a la humedad, crean un ambiente propicio para la proliferación y el crecimiento microbiano.

Si la fosa no se vacía a tiempo o no se maneja de forma adecuada, la columna de aire se carga de aerosoles microbianos, fómites y gases nocivos que ascienden a las naves, afectando directamente a la calidad del aire que respiran los animales y el propio personal de la explotación.

¿Qué consecuencias tiene esto?

Las implicaciones para la salud animal y humana son directas y significativas:

Tos crónica en cebo.

Problemas respiratorios severos (bronquitis, neumonías).

Riesgo de enfermedades como PRRS o leptospirosis. En el personal, infecciones oculares, irritación de las vías respiratorias y otros problemas de salud ocupacional.

La alta concentración de amoníaco afecta el bienestar animal, reduce el consumo de pienso y puede mermar el rendimiento productivo.

BUENAS PRÁCTICAS

SISTEMAS DE PAD-COOLINGS: EL PULMÓN HÚMEDO

Los sistemas de pad-coolings son esenciales para el confort térmico de los animales en verano, especialmente en climas cálidos, pero si no se mantienen adecuadamente, se convierten en un foco de problemas teniendo en cuenta la cantidad de litros de aire que por ellos salen para enfriar las naves.

Estos pueden acumular materia orgánica, polvo y humedad, creando un ambiente ideal para el crecimiento de algas, bacterias y hongos como Aspergillus, que pueden ser patógenos respiratorios. Además, se dan casos de acantonamientos de Salmonella spp. debido a las incrustaciones calcáreas que se dan entre el material de celulosa que genera por capilaridad el enfriamiento del aire que por ellos pasan.

¿Qué consecuencias tiene esto?

La proliferación de estos microorganismos se traduce en:

Problemas respiratorios en animales y operarios (rinitis, neumonías, aspergilosis, colibacilosis, salmonelas, etc.).

Reducción significativa de la eficiencia del sistema de enfriamiento, lo que se refleja en un mayor consumo energético (hasta un 18 % más) para mantener la temperatura deseada, con un aumento del consumo de oxígeno por parte de los animales.

Si las fosas están muy llenas de purín, la liberación de amoniaco puede desplazar el oxígeno existente, por lo que entramos en un bucle de difícil solución para la nave en concreto.

BUENAS PRÁCTICAS

PASAR DEL “PARECE LIMPIO” AL “ESTÁ COMPROBADO”

A veces, la vista engaña. Una pared puede brillar y, sin embargo, ocultar 10.000 RLU de ATP, ADP y AMP.

Es por ello por lo que la inspección visual, aunque necesaria, no es suficiente para garantizar que una superficie está realmente limpia a nivel microbiológico.

Para superar estas limitaciones y transformar la bioseguridad de un arte basado en la percepción a una ciencia basada en datos, la tecnología de bioluminiscencia con medición en niveles de RLU de ATP, ADP y AMP se ha consolidado como una herramienta de validación rápida y objetiva, indispensable en la bioseguridad actual.

Este método no detecta un patógeno específico, sino el trifosfato, difosfato o monofosfato de adenosina (ATP, ADP o AMP), la molécula de energía presente en todas las células vivas (bacterianas, fúngicas, vegetales, animales).

La detección de una alta cantidad de ATP, ADP o AMP indicaría la presencia de materia orgánica residual, el sustrato perfecto para la supervivencia y multiplicación de patógenos.

Las tecnologías más avanzadas como las del Lumitester Smart®, de Kikkoman y sus hisopos Surface A3 mide no solo ATP, sino también ADP y AMP, las formas degradadas del ATP, ofreciendo una imagen aún más rigurosa y fiable de la concentración de carga microbiológica total, así como de la eficacia de la limpieza, antes y después, así como de la desinfección posterior.

¿Cómo funciona?

El proceso es sencillo, rápido y puede ser realizado por el propio personal de la granja tras una breve formación:

BUENAS PRÁCTICAS

Las ventajas de esta tecnología son innegables y la convierten en una herramienta invaluable para la gestión de la bioseguridad:

Su aplicación en los puntos críticos mencionados (paredes de silos, bebederos, conductos de aire, superficies de equipos, suelos, paredes) permite mapear la granja: un código de colores sobre plano revela puntos calientes que insisten en fallar, permitiendo focalizar los esfuerzos de limpieza.

El resultado numérico es evaluador per se: el operario ve el número, entiende la deficiencia y, sobre todo, celebra el verde como un gol en el último minuto del partido, fomentando una cultura de mejora continua y responsabilidad compartida.

Umbrales de alerta: es fundamental establecer umbrales claros y adaptados a cada granja y/o integradora y a su sistema de calidad, así como al tipo de superficie.

A modo de ejemplo, podríamos considerar:

Rojo: >8.000 RLU – ¡Repetir limpieza ya! Indica una limpieza deficiente y un alto riesgo de contaminación, requiriendo una intervención inmediata.

Amarillo: 1.000-8.000 RLU – ¡Repasar puntualmente! Sugiere que la limpieza es aceptable, pero puede mejorarse en puntos específicos, indicando áreas de oportunidad.

Verde: <1.000 RLU – ¡Seguimos! Confirma una limpieza eficaz y un riesgo de contaminación aceptable, aunque no inviable, validando el protocolo aplicado.

EL FACTOR HUMANO: DE SOLDADO A ESTRATEGA

La tecnología no sustituye la actitud y un plan de bioseguridad, por muy bien diseñado y tecnológicamente avanzado que esté, fracasará si no cuenta con el compromiso y la formación del equipo humano.

El personal no solo implementa las medidas, sino que es un potencial vector de transmisión si no está debidamente concienciado y capacitado.

Por ello, es imprescindible invertir en el factor humano, transformando a cada “soldado” que sigue instrucciones en un “estratega” que comprende y se apropia de la bioseguridad.

FORMACIÓN CONTINUA Y CONTINUADA: EL “POR QUÉ” DETRÁS DEL “QUÉ”

Explicar el “por qué” de cada medida es crucial para fomentar la implicación.

Talleres donde se mide por bioluminiscencia en botas antes y después de la ducha enseñan más que cien diapositivas teóricas.

La formación debe ser práctica, interactiva y adaptada a las necesidades y el nivel de comprensión de cada operario, utilizando ejemplos concretos de la granja y si es posible, en la misma explotación, con sus propios recursos.

Demostrar el impacto directo de sus acciones en la salud animal, la reducción de enfermedades y la rentabilidad de la granja fomenta una mayor implicación y responsabilidad por parte del personal.

PROTOCOLOS CLAROS Y VIABLES: LA EFICACIA EN LA RUTINA

Las normas deben ser fáciles de entender y aplicar en la rutina diaria.

Un paso extra que añade treinta minutos diarios es viable; cinco pasos nuevos que duplican la jornada, no. Los protocolos deben ser realistas, concisos y estar disponibles en formatos accesibles (carteles, infografías, señalética, videos cortos, etc.) en los puntos clave de la granja.

Es mejor tener pocos protocolos bien aplicados que muchos e ignorados.

CULTURA DE RESPONSABILIDAD Y ORGULLO: EL MOTOR DE LA MEJORA CONTINUA

Fomentar que cada miembro del equipo se sienta una pieza clave en la protección sanitaria de la granja.

Celebrar públicamente el lote sin neumonías o la sala que marcó 500 RLU crea pertenencia, refuerza el comportamiento deseado y genera un sentido de logro colectivo.

Cuando el operario ve menos bajas, menos tratamientos y aprecia que los antibióticos se reducen exponencialmente, el protocolo deja de ser una orden para convertirse en una convicción y propuesta de mejora personal.

RETORNO DE INVERSIÓN: NÚMEROS QUE HABLAN

La bioseguridad no es un gasto, sino una inversión estratégica con un retorno tangible y medible.

Los beneficios van mucho más allá de la mera prevención de enfermedades, impactando directamente en la eficiencia productiva y la rentabilidad de la explotación.

Veamos un ejemplo práctico:

Una granja de 3.000 plazas de cebo con una reducción de 0,05 en el Índice de Conversión (IC) gracias a la disminución de micotoxinas y patógenos supone ahorrar 120TM de pienso al año. A un precio estimado de 380€/ TM, hablamos de 45.600€ que no se vuelan en polvo por las tolvas. Si a esto le descontamos 9.000€ anuales en detergentes, luminómetro y formación al personal, el beneficio neto asciende a aproximadamente 36.600€.

Y eso sin contar la caída de mortalidad (cada animal que sobrevive es un ingreso directo), la reducción en el uso de antibióticos (con el consiguiente ahorro y mejora de la imagen), los decomisos evitados en matadero (que impactan directamente en la calidad de la canal), la mejora en el bienestar animal (que se traduce en mayor productividad) y la reputación de la granja (un activo intangible, pero de gran valor comercial).

La inversión en bioseguridad se traduce en una cascada de beneficios:

Mejora de la salud animal: menos enfermedades, menor mortalidad y morbilidad, lo que se traduce en animales más sanos y productivos.

Reducción del uso de medicamentos: disminución de los costes veterinarios y una contribución activa a la lucha contra las resistencias antimicrobianas, un desafío global de salud pública.

Optimización del rendimiento productivo: mejora del índice de conversión, mayor ganancia media diaria, reducción de los días a matadero y mayor uniformidad de los lotes, lo que optimiza la planificación y el flujo de producción.

Mayor rentabilidad: aumento de los márgenes económicos por animal y por ciclo productivo, haciendo la explotación más competitiva.

Mejora de la imagen y reputación: una granja con alta bioseguridad es sinónimo de calidad, responsabilidad y sostenibilidad, lo que puede abrir nuevas oportunidades de mercado y fortalecer la relación con los consumidores y la cadena de valor.

Sostenibilidad: contribución a una producción más eficiente, respetuosa con el medio ambiente y socialmente responsable, aspectos cada vez más valorados por la sociedad.

CONCLUSIÓN: LA LIMPIEZA QUE SE VE Y LA QUE SE SIENTE

Bioseguridad es, ante todo, una decisión diaria, una filosofía que debe impregnar cada rincón y cada acción en la granja.

Podemos conformarnos con el acero inoxidable reluciente de los boxes, corrales o líneas de agua o, por el contrario, bajar la mirada a las tuberías, a esa sombra rebelde bajo el slat, a esos puntos ciegos que, si no se controlan, se convierten en el talón de Aquiles de nuestra producción.

La bioseguridad moderna exige una visión integral, una atención meticulosa a lo visible y, sobre todo, a lo oculto, a esos detalles que marcan la verdadera diferencia entre una granja que sobrevive y una que prospera.

La tecnología actual, como la monitorización por bioluminiscencia, nos permite no solo mejorar los procesos de limpieza, sino también medir su eficacia en tiempo real, transformando la intuición en datos objetivos y permitiendo una gestión proactiva.

Cada luminómetro que brilla en verde devuelve confianza, tiempo y, al final, euros contantes que llegan a la última línea del balance. En un mundo donde la transparencia alimentaria ha dejado de ser una opción para convertirse en una exigencia, esta inversión no solo nos permite sobrevivir: nos posiciona para liderar, consolidando nuestra reputación y abriendo nuevas puertas comerciales.

Una granja que huele a limpio y muestra datos objetivos de control se vuelve el mejor argumento de ventas ante cualquier cliente exigente, un sello de calidad que trasciende las fronteras de la propia explotación y genera valor a lo largo de toda la cadena de suministro.

Invertir en una limpieza y desinfección profunda y validada, incluso en las zonas más difíciles, no es un coste, sino una garantía de salud, rentabilidad y sostenibilidad a largo plazo para la explotación porcina.

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