Numerosas pruebas indican que el clima mundial está cambiando, aumentando la temperatura promedio año a año (Dunne et al., 2013; Sherwood y Huber, 2010). Concretamente, la temperatura mundial aumentó a un ritmo medio de aproximadamente 0,13 °C por década durante los últimos 50 años (Min et al., 2017).
Entre los animales de granja, las cerdas son particularmente sensibles a un ambiente caluroso no sólo por su falta de glándulas sudoríparas efectivas, sino también su gruesa capa de tejido adiposo subcutáneo que impide la pérdida de calor a través de la radiación (Ross et al., 2015).
Además, la selección genética para mejorar las tasas de tejido magro y la capacidad reproductiva se acompaña de un aumento de la capacidad endógena producción de calor (Seibert et al., 2018).
Estudios recientes estimaron que la disminución del rendimiento de las cerdas inducido por el estrés calórico le cuesta a la industria porcina de EE.UU. unos 450 millones de dólares anuales (Pollman, 2010). La pérdida económica, sin embargo, puede ser mayor si el clima empeora (Hoffmann, 2010).
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