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El adiós de un sistema productivo

Escrito por: Fernando Laguna Arán - Ingeniero Técnico Agrícola y Veterinario

En estas últimas semanas el sector porcino español se encuentra viviendo una forzada revolución silenciosa que va a traer algún cambio en sistemas productivos que estaban funcionando hasta hace unos días y que, pese a su dudosa productividad, sí estaban ligados a unos tiempo pasados pero no demasiado lejanos.

Me estoy refiriendo a la revisión inmediata de la bioseguridad de nuestras granjas por el riesgo de algunas patologías en países vecinos (PRRS, DEP o más recientemente la PPA).

Los que llevamos un tiempo siendo conscientes de la importancia de [registrados]mentalizar a los granjeros del valor que supone a medio y largo plazo cualquier mínima medida de bioseguridad que se establezca en una granja, frecuentemente nos enfrentábamos al muro de “toda la vida se ha hecho así” ante nuestro consejo de corregir alguna práctica de alto riesgo como puede ser tener gatos en una granja o no cerrar la puerta del vallado.

Y en esa labor estamos. Porque aunque la mayoría de granjas superan la encuesta sin ningún problema, hay un pequeño grupo que solo ven ganas de fastiadarles, porque en su granja hay más pájaros que cerdos o porque su vallado no podría detener un germen aunque fuera montado sobre un elefante.

En estos casos somos los propios mimbres de la cesta de la producción porcina los que debemos rebelarnos y decir que no todos somos así y que el riesgo que suponen esos “elementos defectuosos” puede hacer que la cesta se rompa.

Por otro lado quería señalar otra circunstancia que nos estamos encontrando también con estas medidas de control, que es la extinción de ciertas pequeñísimas explotaciones de poco más de 10 cerdas.

 

Estas granjas que fueron el sistema productivo de España hace décadas, con esos compradores de lechones que recorrían cientos de kilómetros en camiones con unas condiciones inhumanas (un recuerdo para mi maestro Pedro) hoy en día van a tener que cerrar.

Suelen encontrarse dentro de pequeños cascos urbanos, las dirigen ancianos que no hacen cuentas de lo que gastan y lo que ganan pero que encuentran allí un rincón de su vida “de siempre”. Lógicamente, sus condiciones no son comparables a las de las modernas granjas industriales y su existencia es una anécdota dentro de nuestro territorio. Y personalmente, en ellas te sientes más veterinario clínico que productor, pero parece que su tiempo ha llegado.

Curiosamente, el sistema productivo de algunos países vecinos se parece más a lo que ocurre en estas pequeñas granjas que a las que construyen actualmente. Podría servirnos para una reflexión…. No olvidemos nunca de dónde hemos venido.

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