En la última década, España ha pasado de tener poco más de 26 millones de cerdos a superar los 34 millones, un salto superior al 30% que contrasta con la tendencia de buena parte de Europa. Según los datos más recientes de Eurostat, el conjunto de la Unión Europea ha reducido su cabaña porcina en torno a un 8%. Ese desfase ha convertido al país en el centro neurálgico del sector: Actualmente, uno de cada cuatro cerdos europeos se cría en granjas españolas.
A diferencia de otros grandes productores, la trayectoria española apenas ha sufrido interrupciones. Solo en 2022 y 2023 se registraron caídas moderadas, pero en 2024 el número de animales volvió a crecer. El contraste es llamativo: Alemania ha recortado su censo cerca de un 25% desde 2014, Francia roza un descenso del 30%, y la misma tendencia negativa se repite en gran parte del continente. Entre 2014 y 2024, la cabaña porcina de la Unión Europea descendió de casi 144 millones a algo más de 132 millones de animales. Esta reducción se ha producido en un contexto de regulaciones ambientales más estrictas, aumento de los costes de producción y el cierre de miles de explotaciones en distintos países del bloque.
En ese escenario, España ha desarrollado un modelo de producción porcina basado en eficiencia y coordinación. Gran parte del crecimiento del país se explica por una estructura más integrada, en la que ganadería e industria trabajan de manera conjunta para garantizar la viabilidad económica de los proyectos. Asimismo, frente a sistemas más fragmentados, como los que predominan en Alemania o Francia, España ha apostado por granjas modernas vinculadas a grandes operadores. Este modelo proporciona seguridad a la hora de invertir y facilita el acceso a mercados, garantizando que los animales produzcan valor y sean absorbidos por la industria.
El crecimiento de España en producción porcina destaca frente a la tendencia descendente de Europa, pero no garantiza un liderazgo eterno. La clave estará en que el sector logre equilibrar inversión y eficiencia con cumplimiento de normas más estrictas. Ahora, el verdadero reto consiste en consolidar la producción cumpliendo con los nuevos estándares ambientales, sanitarios y sociales que marcarán la competitividad del porcino europeo en los próximos años.