La disentería porcina sigue siendo una de las grandes amenazas del sector porcino y, aunque en un momento de la historia parecía que podíamos llegar a erradicarla y olvidarnos de ella, lo cierto es que desde hace un tiempo ha vuelto más fuerte.
Hoy en día, es uno de los problemas más graves de las explotaciones porcinas a nivel mundial debido a la severidad del proceso agudo y a las elevadas pérdidas indirectas que provoca cuando adquiere carácter enzoótico.
Esta enfermedad puede significar un incremento del 20% en los costes de producción, con retrasos de crecimiento y en la salida a matadero de hasta 1 mes y aumentos de los índices de conversión (IC) en hasta 0,80 puntos.
Si volvemos la vista atrás, en los años 60 y 70 la única forma viable de combatir esta enfermedad era la despoblación total y limpieza exhaustiva de las instalaciones, seguida de una repoblación. En aquellos años las explotaciones eran de menor tamaño, pero aun así ésta era una opción costosa y dolorosa para los ganaderos.
En 1971, la identificación de la bacteria causante de la disentería porcina ofreció la oportunidad de combatirla con más y mejores métodos.
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