Cuando hablamos de bioseguridad nos referimos al conjunto de medidas, prácticas de manejo e infraestructuras construidas con el objetivo de prevenir y/o reducir la entrada de patógenos que puedan producir enfermedades en la explotación (bioseguridad exterior) y su propagación por el interior de la misma (bioseguridad interior).
En el caso de los centros de inseminación, la aparición de un proceso infeccioso puede suponer, no solo la disminución total o parcial de la producción por pérdida de la libido de los verracos y problemas de calidad seminal, sino también la diseminación de dicho proceso a otras granjas a través de las dosis seminales con las graves consecuencias productivas, económicas y sanitarias que eso conllevaría.
Por ello, la bioseguridad de un Centro de Inseminación Artificial (CIA) debe incluir, además de las estandarizadas para cualquier explotación comercial, todas las prácticas y protocolos encaminados a producir dosis con las máximas garantías sanitarias que impidan esta transmisión.
Se ha escrito mucho sobre las medidas de bioseguridad en las granjas de porcino y en los CIAs. En este artículo nos vamos a centrar en los aspectos peor calificados y con más margen de mejora que se han encontrado en un estudio dentro del marco del proyecto PROHEALTH financiado por la Unión Europea que estudia las enfermedades asociadas a la producción avícola y porcina y en el que, como parte de ese estudio, se ha evaluado la bioseguridad en 409 granjas de 8 países europeos (datos obtenidos de la web www.fp7-prohealth.eu).
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