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La situación sanitaria de las granjas porcinas de nuestro país ha sufrido un fuerte revés en los últimos 3-4 años. La presencia de cepas altamente patógenas del virus del PRRS (vPRRS), como Rosalía, han provocado importantes pérdidas productivas y económicas en la mayoría de las empresas. |
La aparición de estas cepas ha coincidido con otros retos importantes de la industria, como la reducción en el uso de antibióticos y la prohibición de óxido de zinc en los piensos de los lechones.
Dejando aparte el impacto económico de Rosalía, una cuestión que no podemos olvidar es el impacto emocional en los trabajadores.
Las cepas patógenas del vPRRS causan brotes de alta gravedad caracterizados por elevados porcentajes de abortos y mortalidades altísimas en lechones de todas las edades e, incluso, de cerdas reproductoras.
Además, está científicamente demostrado que el vPRRS tiene un poder inmunosupresor que predispone a la aparición de enfermedades secundarias de origen bacteriano, lo que empeora el estatus sanitario en destetes y cebaderos, incrementando también la tasa de mortalidad.
Para más inri, la estabilización de las granjas se alcanza de media a los 6 meses post-brote, con una alta probabilidad de reinfección al año debido a la alta y rápida capacidad mutante del virus.
Esta situación provoca en los ganaderos y técnicos un estado de estrés sostenido en el tiempo.
Es normal vivir situaciones de estrés en el día a día, incluso es útil tener un cierto nivel de estrés para alcanzar un rendimiento óptimo en determinadas situaciones como, por ejemplo, un pico de trabajo, una competición deportiva o una negociación importante. Pero un nivel de estrés excesivamente elevado y mantenido en el tiempo es contraproducente.
Si la “dosis” de estrés es exagerada con respecto a la situación estresante, más que ayudarnos nos bloquea (por ejemplo, el pánico escénico) y, si el estrés se mantiene de forma prolongada en el tiempo y estamos en un estado de alerta continua, también trae consecuencias negativas físicas y psicológicas.
Normalmente, las células de nuestro cuerpo destinan la mayor parte de su energía a actividades metabólicas, renovando y formando nuevos tejidos.
Sin embargo, cuando se produce una situación de alarma que interpretamos como una amenaza, es decir, una situación de estrés, nuestro cerebro ordena a las glándulas adrenales que liberen cortisol que se encarga de regular las concentraciones de glucosa en el cuerpo para así proporcionar a nuestros músculos energía adicional.
Esta técnica de supervivencia heredada de nuestros ancestros, como buenas presas, nos sirve para tener los músculos preparados para la huida.
En momentos de estrés, las funciones anabólicas de recuperación, renovación y creación de tejidos se detienen, y el organismo cambia a un metabolismo catabólico para hacer frente a la situación de emergencia. Este complejo sistema de alarma natural también se comunica con las regiones del cerebro que controlan el estado de ánimo, la motivación y el miedo. |
Normalmente, cuando la situación de estrés es puntual, una vez superada, los niveles hormonales y procesos fisiológicos vuelven a la normalidad.
En cambio, cuando el estrés es prolongado, los niveles de cortisol mantenidos en el tiempo provocan síntomas físicos y psíquicos.
¿QUÉ PODEMOS HACER?
Cuando nos encontramos inmersos en pleno brote, es habitual sentir una gran frustración. “Dan ganas de cerrar la puerta y largarse” es una de las frases más repetidas. Y es que la frustración a veces tiende a activar respuestas impulsivas, como responder de forma enojada, y es ahí donde se generan consecuencias negativas.
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