En estas últimas semanas el sector porcino español se encuentra viviendo una forzada revolución silenciosa que va a traer algún cambio en sistemas productivos que estaban funcionando hasta hace unos días y que, pese a su dudosa productividad, sí estaban ligados a unos tiempo pasados pero no demasiado lejanos.
Los que llevamos un tiempo siendo conscientes de la importancia de [registrados]mentalizar a los granjeros del valor que supone a medio y largo plazo cualquier mínima medida de bioseguridad que se establezca en una granja, frecuentemente nos enfrentábamos al muro de “toda la vida se ha hecho así” ante nuestro consejo de corregir alguna práctica de alto riesgo como puede ser tener gatos en una granja o no cerrar la puerta del vallado.
En estos casos somos los propios mimbres de la cesta de la producción porcina los que debemos rebelarnos y decir que no todos somos así y que el riesgo que suponen esos “elementos defectuosos” puede hacer que la cesta se rompa.
Por otro lado quería señalar otra circunstancia que nos estamos encontrando también con estas medidas de control, que es la extinción de ciertas pequeñísimas explotaciones de poco más de 10 cerdas.