Los cerdos para transplantes de órganos: cerdos modificados genéticamente para generar órganos compatibles con humanos para salvar vidas
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En un entorno esterilizado y controlado al milímetro, rodeado por las montañas Blue Ridge en EE. UU., un grupo de lechones podría representar una revolución en el futuro de los trasplantes de órganos. No hay lodo ni corrales comunes: aquí nacen los primeros cerdos diseñados para salvar vidas humanas. Són cerdos modificados genéticamente para poder ser compatible con los humanos.
Estos animales no son como cualquier otro. Proceden de una instalación de alta bioseguridad donde los visitantes deben desinfectar vehículos, cambiar su ropa por uniformes médicos y atravesar múltiples barreras sanitarias. Y es que estos cerdos han sido modificados genéticamente para desarrollar corazones y riñones compatibles con humanos.
La empresa biotecnológica Revivicor Inc., filial de United Therapeutics, lidera esta investigación desde hace décadas. Su director, David Ayares, ha dedicado gran parte de su carrera a perfeccionar la clonación de cerdos con alteraciones genéticas precisas, pensadas para superar el rechazo inmunológico humano.
Muy cerca, en Christiansburg (Virginia), se levanta un edificio de 7.000 m² sin comparación con ninguna granja convencional. Su interior recuerda más a una planta farmacéutica de alta seguridad que a una explotación ganadera. Aquí se crían los lechones en condiciones ultralimpias: respiran aire y beben agua purificada con más filtros que los exigidos para consumo humano. Incluso su alimento se somete a procesos de desinfección. cerdos transplantes de órganos
“Diseñamos este lugar para evitar que cualquier patógeno del entorno o del personal entre en contacto con los animales”, explica Matthew VonEsch, portavoz de United Therapeutics.
Actualmente, la compañía está enfocada en editar hasta 10 genes por animal: algunos se eliminan para reducir el riesgo de rechazo, y otros se insertan desde humanos, con el fin de mejorar la compatibilidad, prevenir coágulos y controlar el tamaño del órgano.
El proceso comienza en el laboratorio: se toman células de piel de cerdo y se modifican genéticamente, por ejemplo, eliminando el gen que produce una molécula de azúcar (alfa-gal) responsable de ataques inmediatos del sistema inmunológico. Luego, los científicos clonan embriones usando técnicas similares a las que produjeron a la oveja Dolly.
Cada semana, Revivicor recibe cientos de óvulos extraídos de mataderos. En condiciones de oscuridad controlada, investigadores como Lori Sorrells insertan el nuevo material genético con extrema precisión, ayudados por impulsos eléctricos que activan el desarrollo embrionario.
Los embriones se trasladan en incubadoras portátiles hasta la granja, donde son implantadas en cerdas receptoras. Los lechones crecen en ambientes climatizados, rodeados de juguetes, y se acostumbran al contacto humano a través de música suave. “Es prácticamente un hotel cinco estrellas para cerdos”, comenta Ayares.
Actualmente hay unos 300 animales en esta granja altamente protegida. Algunos de ellos están destinados a experimentos clave, como los realizados en babuinos o pacientes humanos con enfermedades terminales, bajo protocolos de uso compasivo. Hasta ahora, Revivicor ha proporcionado dos corazones y un riñón para este tipo de pruebas, que aunque no lograron salvar la vida de los pacientes a largo plazo, ofrecieron datos esenciales para avanzar.
“La idea es tener órganos sin el desgaste de la edad ni enfermedades crónicas como ocurre con muchos donantes humanos”, indica Ayares. “Estamos creando órganos personalizados, del tamaño exacto del receptor”.
El objetivo a corto plazo es que, con la validación de la FDA, se puedan iniciar ensayos clínicos formales en humanos. El centro actual podría llegar a producir hasta 125 órganos por año, y si los ensayos resultan exitosos, se planean instalaciones aún mayores con capacidad para generar más de 2.000 órganos anualmente.
“Lo más emocionante es que, hasta ahora, los estudios indican que no hay rechazos inmediatos ni sorpresas catastróficas”, afirma Ayares. “Los próximos dos o tres años serán decisivos para transformar esta tecnología en una solución real”.
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