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La rentabilidad en una granja porcina no es algo fácil de determinar, básicamente debido a la complejidad del proceso y a la diversidad de las situaciones
A nadie ayuda repetir otra vez las mismas reflexiones sobre la mala situación del mercado: los bajos precios, los kilos de carne que se acumulan en las cámaras frigoríficas, el endurecimiento de la normativa que ahora empieza a desarrollarse con el fin de reducir el consumo de antibióticos… Pero de vez en cuando llega alguna buena noticia.
La última, resulta que vamos a ser punteros en algo más allá del fútbol: empezamos pasando a la cabeza en censo porcino en Europa por delante de Alemania (finales de febrero, según Eurostat), y aumentamos el valor de las exportaciones de carne de cerdo (en un 2,06%) en el primer trimestre del 2016 (finales de mayo, ICEX).
Quizás la industria de transformación no esté tan contenta, pues el aumento ha sido espectacular en carne fresca y congelada (un 14% más en Tm) con China como destino principal, en detrimento de jamones y paletas curadas (un 9,25% menos en Tm). Pero podemos sacar pecho viendo que este primer trimestre de 2016 Europa sigue a la cabeza de exportaciones de carne de cerdo y creciendo (finales de mayo, Eurostat). Y complacernos al constatar que seguimos siendo competitivos, al revés que Francia que acumuló un déficit de 440 millones de euros en 2015 (finales de mayo, IFIP).
Y es que con tanto pesimismo a veces también ninguneamos algunos datos generalistas positivos para el sector: como el hecho que la población mundial sigue creciendo y que cada vez hay menos pobreza extrema (octubre de 2015, Banco Mundial). Esto significa que nuestro mercado sigue creciendo, a pesar de los bajos precios.
Pero estos datos macroeconómicos sólo sirven para llenar periódicos y para ser comentados con los compañeros de sector. Quizás orienten las decisiones en las altas esferas públicas y privadas, pero no solventan los problemas de cada día del grueso de los responsables de que la máquina siga girando.
Los que se encargan de empujar tienen un único pero complejo cometido: que su trabajo siga siendo rentable para poder seguir con él otro mes más.
La rentabilidad en una granja porcina no es algo fácil de determinar, básicamente debido a la complejidad del proceso y a la diversidad de las situaciones. ¿La granja es de propiedad o de alquiler? ¿Qué posibilidad hay de inversión en instalaciones, con qué periodo de amortización, con qué presión de recuperación del capital? ¿Los trabajadores, son familia o contratados?
¿Los cerdos son propios o integrados? Y así podríamos seguir ad infinitum, intentarlo meter todo en una matriz de cálculo, y quizás sólo logremos que se cuelgue el ordenador. Así que centrémonos en algo tangible, como la rentabilidad del trabajo en la granja.
Uno de los comentarios que más oigo últimamente, relativo a los lechones más pequeños (aquellos que se duda si sacrificar, dejar morir o intentar salvar) es aquello de “con lo que pagan, por cada lechón que salvo pierdo dinero, más me vale no hacer nada”.
Entiendo que lo sostenido de esta crisis ha sido (y sigue siendo) para desanimar a cualquiera, pero lo que está claro es que en estos casos sólo cabe decidirse entre sacrificar o salvar. Lo de dejar morir no está muy en la línea de la normativa de bienestar, además de suponer un despilfarro de recursos (calostro y leche materna), crear un foco de infección (cadáveres en paridera) y manifestar una falta de lideraje (asertividad en la toma y ejecución de decisiones).
Pero como con toda decisión agroindustrial, después de aplicar el criterio de los posibilismos legales, lo fundamental es realizar un análisis económico: hacer una valoración de cuál es la situación real, de su origen y posibles respuestas, y una estimación de los costes y consecuencias de las distintas opciones.
La situación más crítica, ya que aquí no podemos considerarlas todas, es que tengamos en la granja genética hiperprolífica, lo cual ya nos condiciona un escenario más concreto: abundancia de lechones en todas las camadas con déficit de mamas.
Puesto que el tamaño del útero de la cerda no es proporcional al número de lechones, si las cerdas son más prolíficas, los lechones serán más pequeños al nacimiento por lo que necesitarán más cuidados y un esfuerzo especial en el manejo de las adopciones (los lechones nacidos pequeños medran mejor si se agrupan en camadas de lechones nacidos pequeños, hasta 500 g más de peso al destete 1), además de lactancias asistidas en alguna forma (el creep feeding mejora los resultados postdestete, especialmente en caso de lactaciones largas 2). Pero esto ya nos lo dijeron cuando decidimos meter esta genética en la granja, ¿o no?
Figura 1: Peso medio por lechón y peso total de la camada en función del tamaño de camada
Lo que no tiene sentido es que después de hacer una inversión brutal con el cambio a una genética hiperprolífica, con todas sus consecuencias (cambios de manejo, dimensionado interno de la granja de madres y hasta de la estructura de los destetes y los engordes en el caso de integradoras…) ahora nos dediquemos a matar lechones. Es como comprarse un Ferrari y ponerle unos topes para que no consuma tanta gasolina. Quizás sea una decisión coyuntural con atisbos de “beneficios” inmediatos (reducción de los costes variables y de manejo para sacar estos lechones adelante). Pero a la larga es insostenible.
La realidad es que sacaremos más kg de carne muerta para su destrucción y menos lechones hacia el destete. Aun reduciendo los gastos variables (lactoreemplazantes, trabajo extra) mantenemos los mismos gastos fijos (amortización de las instalaciones, de las cerdas, consumo de pienso por parte de las cerdas…). ¿Qué porcentaje del coste del lechón se llevan los costes fijos y qué porcentaje los variables? ¿Qué cuesta más una sala de partos o una dosis de hierro?
En resumen, ingresaremos menos dinero al sacar menos lechones, y además el lechón que saquemos nos estará saliendo más caro que el sacado con manejo de hiperprolífica.
Si este nuevo manejo (el requerido por las cerdas hiperprolíficas) no nos parece satisfactorio, porque trae demasiado trabajo y gasto, igual deberíamos hacer un paso atrás y volver a una genética no hiperprolífica. Pues así nacerán menos lechones, aunque serán de mayor tamaño y requerirán un manejo menos complicado, y con un manejo más simplificado obtendremos mejores resultados que si el mismo manejo lo aplicáramos a lechones de cerdas hiperprolíficas. ¿Sería esta opción más rentable? La respuesta no es sencilla, dado que una granja de madres es un sistema complejo en el que interactúan multitud de variables.
Para simplificar el análisis sirve valorar dos situaciones extremas opuestas: por un lado la de la granja vieja, con pocas plazas y constricciones en la capacidad de trabajo (un solo trabajador y que encima tiene otro trabajo fuera de la granja como asalariado) y pocas perspectivas de inversión; y por el otro, la granja moderna, con más de 1.000 cerdas y flamantes instalaciones (fuerte inversión), un capataz bien formado y una adecuada organización del trabajo. En el primer caso prima la minimización del trabajo (cerdas más rústicas), en el segundo la productividad (cerdas hiperprolíficas). Una vez decidida nuestra opción, sólo hay que ser consecuente con las medidas a tomar.
Si tenemos claro que queremos producir más lechones, porque tenemos cerdas hiperprolíficas y tenemos que recuperar la inversión en la granja, ahora empieza nuestro reto.
El objetivo es un peso adecuado y uniforme del lote al destete. Numerosos son los trabajos que indican como un peso bajo al nacimiento se arrastra en las distintas fases subsiguientes hasta, en el peor de los casos, convertirse en un decomiso total de la canal en el matadero.
Figura 2: Efecto del peso al nacimiento sobre el crecimiento del cerdo 3.
El cerdo que se decomisa en el matadero es un desastre económico en toda su expresión. Si al menos se hubiera quedado en el camino, al final no hubiera supuesto tantas pérdidas:
El objetivo es que al matadero no lleguen cerdos decomisables. Para ello contamos, como con cualquier enfermedad, con medidas terapéuticas y profilácticas. Las medidas terapéuticas como siempre llegan tarde, cuando el mal ya está hecho y sólo para intentar salvar los muebles. En este caso, consisten en sacrificar las colas a cada cambio de fase: salida de paridera, salida de destete y salida del engorde.
La profilaxis pasa por obtener la máxima uniformidad en el crecimiento y mover los animales a la siguiente fase cuando estén preparados.
Si las claves para conseguir esto se pudieran detallar en un par de párrafos, no harían falta veterinarios ni mucho menos consultores. Afortunadamente para los que nos dedicamos al sector, las estrategias son múltiples y no existe una combinación de medidas que se repita ni que sea ideal:
El bajo peso al nacimiento puede compensarse parcialmente, pero las acciones deben ser lo más tempranas posibles. Concretamente se ha demostrado eficaz la uniformización de las camadas por pesos, siempre que sea temprana; el alargamiento de la lactación para conseguir un peso mayor al destete; y una alimentación más cuidada (piensos más digestibles) al inicio del destete.
Tampoco podemos descuidar aspectos generales, como el trabajar por tener una buena sanidad (menos enfermos equivalen a menos retrasados). Si bien no podemos tenerlo todo (trabajadores, sanidad, instalaciones…) al máximo nivel. Pues aunque tendríamos todas las herramientas para tener los mejores lechones también tendríamos todas las garantías de ser los más caros. Y en última instancia de lo que se trata es ser competitivo.
Referencias:
Lluís Puig Rodas, INVESA, Marketing España
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